La penúltima estación, según José Antonio Vergara Parra

La penúltima estación

“¿Hay algo más triste en el mundo

que un tren inmóvil en la lluvia?” 

Pablo Neruda

Corre el rumor, cuando no la confirmación, de que la grave crisis política que padecemos tiene un único culpable. Y no es cierto del todo. La memoria individual y colectiva es corta y acomodaticia. Corta porque olvidamos los antecedentes con pasmosa facilidad. Y acomodaticia porque filtramos la realidad a través de un tamiz contaminado donde las propias ideas, los prejuicios y el lastre existencial que todos llevamos a cuestas, distorsionan la realidad hasta límites insospechados.

La búsqueda de la verdad necesita, en primerísimo lugar, del testeo valiente y desinhibido de uno mismo. Sólo a partir de esta premisa, y con la concurrencia de otros factores no menos capitales, es posible la consecución de un diagnóstico prometedor. Es un proceso doloroso aunque liberador.

Dicen que la Ley de Amnistía supone, entre otras cosas, el principio del fin de la igualdad de los españoles ante la Ley y el mayor ataque conocido a la jurisdicción de nuestros tribunales. Dicen verdad pero no toda la verdad. La Ley de Amnistía es un hito más, aunque extraordinariamente notorio, de un camino antiguo jalonado de otros mojones no menos categóricos. Montesquieu ya estaba muerto cuando llegó Pedro Sánchez. La independencia de la Justicia fue vilmente ajusticiada por la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial.  Una argucia auspiciada por el PSOE y mantenida en el tiempo por obra y gracia del mismo PSOE y también del PP.  Yo sí recuerdo el guasap que el entonces portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, envió a su grupo senatorial: “…..y además controlando la sala segunda (la Sala de lo Penal) desde detrás”. De manera que la soberanía del Poder Judicial anda seriamente comprometida desde hace treinta y ocho años sin que nadie, aún alcanzado el poder necesario, haya hecho nada para remediarlo.

La desigualdad ante la Ley de los españoles tampoco viene de ahora. ¿Qué fue de la querella del Ministerio Público contra Pujol y otros 24 directivos de Banca Catalana? ¿De veras todos los culpables han rendido cuentas por el “tres per cent”? ¿Qué fue de aquellos supuestos dosieres, elaborados por los presuntos “Pata Negra” (ex agentes del CESID hipotética y sombríamente a las órdenes de Pujol) que, en palabras del propio Pujol, podrían hacer temblar la democracia? Si una de las funciones de la Fiscalía es la promoción e impulso de la acción de la Justicia, ¿por qué el Ministerio Público no se interesó por esos documentos que tanta luz y probidad podrían haber hecho aflorar? No se molesten se contestarme pues sé la razón. Creo que fue Platón quien, hace unos dos mil cuatrocientos años, lo vio venir: “Yo declaro que la Justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”   ¿Por qué los corretajes, el fraude fiscal y enriquecimiento inexplicable de Juan Carlos I sólo merecieron la vista gorda y un suntuoso destierro? ¿Por qué, a diferencia de las películas americanas, se libraron los perceptores de obscuras regalías y se enchironó únicamente al contable finiquitado en “diferido”? ¿Por qué razón nadie quiso despejar la X de los GAL y sí la Y de los cabezas de turco? ¿Por qué el Tribunal Constitucional, actuando  como tribunal de instancia e ignorando la jurisprudencia del Tribunal Supremo sobre la prescripción de los delitos, libró a “los Albertos” de entrar en prisión por el caso Urbanor? ¿Sufrió presiones el entonces presidente del TC, Pascual Sala? ¿Por qué renombrados empresarios satisficieron de sus bolsillos la regularización fiscal, de algo más de cuatro millones de euros, de Juan Carlos I? ¿Para pagar pretéritos favores? ¿Para labrarse futuras compensaciones?, o ¿por sus magnánimas pleitesías a la Corona?

¿Anulará, finalmente, el TC la sentencia de la Audiencia Provincial de Sevilla (ratificada por el Tribunal Supremo) por la que condenó a dos ex presidentes y diez altos cargos de la Junta de Andalucía, por uno de los mayores latrocinios de la democracia española? Las deliberaciones del TC tendrán lugar a partir de junio del año venidero cuando los españoles inicien sus peregrinaciones vacacionales, huyendo del mundanal ruido y de los cambios de opinión del gobierno y sus feligreses.

Los españoles nunca han sido iguales ante la Ley. Nunca. Ni entonces ni ahora. La explicación es ancestral, casi prehistórica. Los poderosos ejercen su poder y los menesterosos y/o reptantes venden su honra. De manera que la Ley de Amnistía es la enésima constatación de esta realidad. Tal vez, eso sí, asistamos al descabello definitivo a un astado moribundo.

Dicen también que España peligra como nación. Muy cierto. Pero, ¿acaso no la puso en peligro el constituyente cuando habló de “nacionalidades”  y cerró en falso el título VIII de la Constitución? ¿Acaso no hubo menos España cuando González (en 1993) y Aznar (1996) cedieron lo que no era de ellos a peneuvistas y convergentes a cambio de La Moncloa? ¿No es menos cierto que, desde hace décadas, se recompensa al pródigo con escaños y se ningunea al justo? ¿Alguien, con un ápice de decencia e información, puede negarme que los españoles gozan de más o menos oportunidades según sus lugares de nacimiento o residencia? ¿Acaso España no es menos España tras las reiteradas cesiones de soberanía a organismos supranacionales, cuando no a élites desprovistas de mandatos democráticos? ¿Qué hay de patriótico en la llamada globalización en la que, eliminados los aranceles, sólo gobierna el precio? ¿Alguien me puede explicar cómo diantres pueden competir nuestros agricultores, ganaderos, comerciantes o artesanos con economías con salarios ínfimos y derechos laborales que brillan por su ausencia? ¡Qué despiste el mío! Había olvidado que prestigiosas marcas y empresas del mundo presuntamente civilizado aprovechan las oportunidades que les brindan la mano de obra de ocasión (muchas veces infantil) y la resiliencia de obreros hacinados, con salarios de miseria y jornadas maratonianas.  ¿Qué diablos hay de patriótico en el impuesto al sol o en la oposición respecto de las últimas subidas del salario mínimo interprofesional? ¿Es patriótica la bendición legal al despido en baja médica?  El exilio del dinero opaco a paraísos fiscales, ¿hace una España más vigorosa? La progresiva depauperación de la educación pública, a manos de sociatas y peperos, mientras unos y otros matriculan a sus vástagos en privadísimos, elitistas  y costosísimos liceos, ¿contribuye al verdadero patriotismo?

Sánchez no es otra cosa que la penitencia que el destino nos tenía reservada por redimirnos por los pecados colectivos. Un hombre de tintes caudillistas que, por no respetar, no se respeta ni a sí mismo, que ha venido para mostrarnos la fragilidad de un sistema machaconamente horadado por unos y otros. ¿No querían una Justicia manoseada por el poder político de turno? Ahí la tienen. ¿No querían un sistema electoral que primara a los territorios antes que a los individuos? Helo ahí ¿Acaso tirios y troyanos no han desvestido a un santo para vestir a paganos? Pues he ahí el fruto: una España que se nos escapa de entre las manos porque se ha sido arbitrario con sus hijos.  Pero los sánchez de turno nada serían sin la complicidad de diputados y senadores que no se deben a sus electores sino al aparato que es el que, a la postre, gratifica o excomulga. Aunque resulte incómodo, no podemos soslayar nuestra responsabilidad pues la corrupción política y económica o la traición a la palabra dada, han sido reiteradamente validadas en las urnas. Mucho se habla del transfugismo individual y muy poco del que en realidad importa: la deserción de las élites de los partidos respecto de los compromisos adquiridos con la ciudadanía.

Para que España sea libre, habremos de anteponer el criterio consciente a la lealtad incondicional. Para que en España reine la Justicia, deberemos licenciarla del yugo de los políticos. Para que España permanezca unida, habremos de mandatar a quienes, sin complejos ni dobleces, vean en ella un sueño colectivo y no un señuelo. Para un cristiano manifiestamente mejorable, como es mi caso, la verdadera patria es de otro mundo. Pero a fuerza de vivir por aquí abajo, le he cogido cariño a esta España mía que igualmente la quiero para los míos.  Por estas lindes pasé una infancia muy feliz y por estos lares descansan mis muertos. Y, aunque sólo fuera por eso, merece la pena apostar por ELLA pero, si no es mucho pedir, sin trampas ni faroles.